La noche que le dije adiós al alcohol
Por @cristiantorresdlr
El alcohol ha estado presente en mi vida desde que tengo memoria. Mi primera borrachera me la dio alguien cercano cuando tenía apenas siete años. A los nueve ya bebía con amigos; en mi pueblo, recogíamos dinero para comprar licor, como si fuera un juego, como si fuera algo natural. Desde esa edad, las botellas no faltaban en nuestras reuniones. A los diez años ya era un bebedor amanecedor, capaz de sostener largas noches de tragos sin parar, como si ese fuera mi destino.
Así crecí. El alcohol no era un intruso; era parte de mi entorno, de mi familia, de mi vida social. No lo veía como algo extraño o dañino, porque era lo que había aprendido, lo que todos a mi alrededor hacían. Con el tiempo, se convirtió en algo más que un hábito: era una herramienta. El alcohol estaba presente en los momentos más importantes, en las conexiones que formé, en los negocios que cerré, y hasta en mi rol como abogado. Parecía que todo lo que hacía, todo lo que lograba, estaba de alguna manera vinculado a una copa.
Por años, el alcohol definió quién era. No fui una persona desechable ni caí en los extremos más oscuros, pero el licor era un constante en mi vida. En muchas etapas, creí que me ayudaba a crecer: a conectar con personas, a ser parte de algo, a cumplir con los estándares sociales de éxito. Pero a medida que pasaron los años, comencé a darme cuenta de que el precio era más alto de lo que estaba dispuesto a pagar.
Esa realización llegó una noche, en mi discoteca recién inaugurada. Era un lugar que había construido a mi medida: mis colores, mis luces, mis cuadros, un espacio para compartir con amigos, disfrutar de juegos de póker y largas conversaciones. No era un sueño cumplido, pero sí un reflejo de quién había sido durante tantos años.
Esa noche, un amigo celebraba su cumpleaños. Todo parecía perfecto: las copas llenas, la música retumbando, las risas constantes. Yo, con una botella de whisky en la mano, observaba desde un rincón, como tantas veces lo había hecho antes. Pero algo era diferente.
La música, que solía llenarme de energía, sonaba hueca. Las luces, que tanto me fascinaban, eran demasiado brillantes. Las risas, las conversaciones, incluso el whisky, no tenían sabor. Por primera vez, todo lo que antes parecía indispensable dejó de tener sentido.
Me acerqué a mi amigo y, casi sin pensarlo, le dije: “Hermano, no bebo más. No más”. Fue un momento de claridad, como si algo dentro de mí hubiera despertado. Intenté suavizarlo: “Bueno, tal vez en un año vuelvo”. Pero sabía que no era cierto. Sabía que esa noche era el fin de algo.
La semana siguiente confirmé lo que sentía. No quería regresar a la discoteca. Ese lugar, que había construido con tanto esfuerzo, ya no tenía sentido para mí. Decidí venderla. No me importó cuánto trabajo había puesto en ella ni lo recién inaugurada que estaba. Sabía que no era mi lugar, y no volví más.
Hoy estoy tranquilo. Mi decisión no está motivada por presión, por prescripción médica, ni por promesas hechas a otros. A Dios gracias, no tengo ninguna limitante que me obligue a este camino. Es simplemente una decisión consciente, una elección propia, hecha desde la claridad de saber lo que quiero para mi vida.
Desde entonces, todo ha sido un proceso. Mientras escribo estas palabras, siento miedo. Miedo de caer, de ser una burla para mí mismo, de no cumplir con esta decisión. Siento miedo de ser rechazado por quienes compartieron conmigo esas noches, de no saber disfrutar esta nueva vida que estoy construyendo. Pero también siento algo más: una claridad que nunca antes había conocido.
Me siento lúcido, transparente, consciente de quién soy y de quién quiero ser. Sé que no soy perfecto, y no espero serlo. Pero cada día, al despertar, tengo un momento de alivio profundo. Me doy cuenta de que el día de ayer no bebí, y eso para mí es un triunfo. Es un recordatorio de que puedo volver a empezar, de que cada día es una nueva oportunidad para ser mejor.
A quienes compartieron conmigo esas noches, quiero decirles que no los rechazo ni reniego de lo que compartimos. Pero esta decisión no es un acto de rebeldía ni de desprecio, sino de amor propio.
La noche que le dije adiós al alcohol no fue el final de algo, sino el principio de una nueva historia. Hoy, mi vida ya no la define una botella, sino la voluntad de construir una versión de mí que sea más consciente, más plena y, sobre todo, más auténtica.
“Cristian Torres: abogado, escritor y aprendiz de la vida. Cada día, una nueva oportunidad para construir un mejor futuro. Sígueme en Instagram: @cristiantorresdlr.”